Lola
Lunes, ¡¡uf!! hoy como otros muchos habitantes de mi pueblo, Guareña me ha tocado ir a pagar una multa, con la salvedad que en mi caso es la primera y que como arriba indico mi coche son mis piernas. Reconozco que por supuesto si cometo una infracción, y como siempre decimos, me han pillado, pues la tengo que abonar, pues no faltaba más... pero el caso es que la multa me la han puesto porque a pesar que desde que llegué a esta población, y por supuesto desde la Asociación Adiscagua, tenemos solicitadas varias plazas de aparcamiento, y de esto de lo que hablo, hace ya la friolera de 2 años, hasta la fecha y a pesar de habernos confirmado la concejala de Servicios Sociales, tener ya transferida a la Policía Municipal dichas peticiones, la verdad es que por el momento seguimos practicamente como desde entonces, sí tengo que decir que el Guardia que como me ha dicho está de encargado en funciones, se ha portado maravillosamente, sobre todo porque ha sido y es una persona muy amable, me ha dicho no saber nada al respecto y que se va ha informar cosa que ya le he agradecido y desde aquí se lo vuelvo a agradecer.
No es ni está en mi ánimo en ningún momento quitar plazas de aparcamiento a nadie, me doy perfecta cuenta que hay muchos coches y que hacen falta más sitios para meterlos, pero tampoco, quiero más multas por no poder dejar el coche parado, los famosos 2 minutos, porque eso es lo que yo tardo simplemente en salir de él.
Lola
EL SOL DE LA LIBERTAD


Iba para dos noches que había abandonado mis aposentos, intentaba conciliar el sueño en las mullidas alfombras que había adquirido para adornar el cuarto de mis dos vástagos, menos mal que no había reparado en gastos para decorarlo, ya que el anuncio de su nacimiento había sido lo mejor que me había pasado en los últimos tiempos.
Esta última discusión, había sido mayor que las anteriores, en este caso se había atrevido a pasar a algo más que los zarandeos y zarpazos habituales, con los que se había acostumbrado a enfatizar sus amenazas y reproches, por eso y sabiendo ya por otros días que el Rey no vendría a molestarme, me había refugiado al calor de los príncipes.
En el amparo del silencio y la oscuridad de la noche, es cuando una vez superada la pena, pude pensar con tranquilidad, recordé como años atrás me había preparado como una buena princesa, aprendiendo todo lo necesario para parecer y estar siempre bella para enorgullecer al que se iba a convertir en mi esposo, a ser disciplinada y aplicada para realizar todas las tares propias de mi nuevo cargo, ordenada y cuidadosa para llevar ese nuevo hogar que nos disponíamos a crear, además de cultivar una larga lista de cualidades que me serían de utilidad como nueva esposa y madre. Había recibido una esmerada educación en protocolo, sanidad, economía, matemáticas, puericultura y cocina, impartida por los mejores y eruditos profesores que había en la corte, añadiendo además, todos los consejos dados por mis padres y recopilados de mis muchos libros.
Recordé la impresión que me dio al conocerle, ese día supe que yo sería suya, pero también que él sería mío, se me presentó como el perfecto príncipe, era justo lo que cualquier padre hubiese deseado para una hija, se veía tan apuesto, valiente, estudioso y gallardo, estaba claro que había nacido para quererme y protegerme, y así me lo prometió el día que contrajimos esponsales.
Nuestros principios fueron felices y agradables, pero aun así el nunca me permitió que olvidase, que sin él no sería nadie, que todo se lo debía, y que por supuesto nadie me querría jamás de forma tan desinteresada… no importaba lo mucho que me esforzase, yo jamás llegaría a amarle de la misma forma, he de reconocer que de algún modo me deje mimar por él pero todo cansa, y un día sin saber como su manera de tratarme comenzó a ser más ruda, al preguntarle, siempre me decía que mía era la culpa, porque ya no le complacía mi forma de agradecerle su amor infinito, así que toda esa fuerza que antes el había derrochado a raudales en esas batallas que se presentaban en el reino, ahora que no había tantas guerras que ganar, parecía que iba toda dirigida hacia mi, como si de pronto yo me hubiese convertido en su única enemiga a combatir.
En los últimos tiempos nuestras desavenencias eran cada vez más evidentes, tanto que el servicio dejó de servirnos las perdices como plato principal, el Rey ya no se guardaba ni de ellos, no le importaba soltar delante de cualquiera su sarta de improperios, lo hacía incluso delante de los niños, cosa que me hería profundamente.
Al ver amanecer esa mañana, acompañada de la respiración acompasada de los príncipes, tomé la decisión, nadie tenía derecho a turbar sus dulces sueños, ni si quiera yo permitiéndolo, así que supe esperar y planear, lo preparé todo, y aprovechando una de sus largas ausencias, envuelta en la complicidad de la noche, nos vieron escapar a tres figuras dentro del carruaje.
Hoy en día y con las heridas ya cicatrizando, veo crecer a mis pequeños, como corren felices por los campos abiertos, ya no están tan cuidadas ni mi piel ni mis cabellos, no son tan lujosos mis ropajes, ni mi morada, pero todo ello, todas mis pocas pertenencias, ahora por fin brillan bajo el sol, la libertad.