Ana
Lola

Cuando Petra conoció a Manuel, éste ya prácticamente no se levantaba de la cama, de él había escuchado que era la única persona de Guareña que sabía el nombre y apellidos de todos sus vecinos, según le dijo, era porque todas las personas los tenemos escrito en la cara igual que también nacemos con un determinado color de pelo, era una especie de don que se le había concedido, una extravagancia que en otro tiempo le hubiese llevado a ganarse la vida en un circo y que ella puedo comprobar muchas veces, a lo largo de los meses que compartieron.
Ella llegaba cada mañana a la casa de él cargada con su pequeño maletín lleno del instrumental para curarle las escaras abiertas en su ajado cuerpo, a consecuencia de los años, y las largas horas tumbado, y en ese rato él le contaba con los ojos cuajados de añoranza, muchos de sus recuerdos y vivencias con todo el lujo de detalles que deja el sufrimiento. Ambos disfrutaban de esos momentos, tanto es así que llegaron a crear una amistad que sobrepasaba el hecho de que él fuese uno de los muchos pacientes a los que tenía que visitar a diario.
Hablaban de muchas cosas, pero para Manuel uno de los temas más recurrente era el de la Guerra, según le decía a Petra, esa le habían dejado las verdaderas yagas, las que a pesar de sus buenas manos y empeño nunca le podría sanar. Sé lo decía mientras le sonreía con el gesto torcido mezcla del dolor y la simpatía. Ella le escuchaba con tanta atención, que más de una vez el alcohol del algodón se le había evaporado.
Recordaba especialmente el día que el viento proveniente de Don Benito, anunciaban el levantamiento, el viento y Pepe el de Correos, confirmaron que los marxistas se estaban reuniendo en el Ayuntamiento, como habían supuesto, todos los que como él, pasaban la tarde en el casino, y desde allí dieron la señal, mientras los Guardias Civiles se acuartelaban apoyados por unos veinte simpatizantes del pueblo que se denominaban falangistas.
El recordaba muy vivamente el sonido de esos disparos, y el enfrentamiento de los leales a la Republica, al grito de ¡Viva Rusia y muera España!, así como la irrupción de los nacionales, formando unos y otros un frente de Resistencia, donde la Iglesia de Santa María fue el testigo mudo recibiendo la peor parte al ser derribada su torre de un cañonazo.
También le contaba todos los chismes, unos más verdad que otros, sobre las venganzas que tanto un bando como el otro estaban acometiendo, siendo los protagonizados por los que luego la historia ha llamado vencedores las que hoy más recuerdan, pareciendo que los otros se perdonaban por vencidos.
Bandos, ¿quién les había preguntado?, cuando las tropas ocuparon el pueblo abriendo las puertas de par en par, para establecer y ocupar las posiciones adecuadas, solo se podía estar a favor o en contra y se solía optar por salvar la vida y la de los tuyos, y muchos de los llamados nacionales dieron la cara por los habitantes de las mismas, respondiendo por ellos evitando que los fusilaran, solo por el hecho de saber quien eras o vivir donde vivías.
Hasta en tiempo de guerra y sobre todo si ésta dura varios años, hay periodos de relativa calma, se crea una especie de convenio tácito de convivencia. En ese tiempo, es cuando Manuel, se dedicó activamente a esconder, a vecinos y amigos, fue una vasta tarea, en lo que tuvo que cambiar la ubicación de los mismos innumerables veces, contaba aun con pavor la noche en que fusil en mano, el brigada de guardia le había parado. La describía como la única vez en que sintió el frio de la muerte inminente. Esa noche no se diferenciaba mucho de otras muchas, en las cuales Juana con más disgusto que alegría le preparaba el pote, aquel gran recipiente de metal abombado donde ella echaba todos los días unos cuantos garbanzos aguados. Al salir de la casa el asa caliente se le clavaba en la mano, y también como siempre tuvo la precaución de esconderlo bien bajo la desgastada pelliza.
Casi llegando al último emplazamiento, el brigada salió de la nada, se notaba divertido con la situación, y a pesar de la crueldad que le ponía a la mirada, no contaría con más de 16 años. Llevaba ya dos días sospechando de Manuel. Con toda tranquilidad, con la punta del arma, le retiro a un lado el pico de la zamarra.
Todo el que escucha una historia sabe que la objetividad, no es el principal protagonista, pero eso no le quita ni un ápice del interés que te despierta por ello y en este momento del relato es el que con toda intención Manuel siempre paraba… y seguidamente clavándote la mirada,proclamaba la frase que le había dicho:
-Id a cenar juntos, que juntos luego haréis la digestión.
Como tantas veces, ese día Petra estaba escuchándole la historia tantas veces contada, pero como novedad Manuel llegados a este punto, le pidió que acercase su oído a sus labios, cosa que ella no le negó, porque sabía lo mucho que le costaba últimamente hablar.
En el momento en que se rozaron, él le susurro una sola palabra,
-Ana
Este el último suspiro, se lo había dedicado a esa pequeña criatura que se estaba gestando en sus entrañas, era el nombre que sabía que le hubiese leído en su carita, no sabiendo ni Petra que estaba embarazada.




Aunque en este tiempo este tan mal visto, eso de seguir una novela, Amar en Tiempos Revueltos, me saca de la rutina un rato todas las tardes, Gracias Laly por este precioso encargo.
1 Response
  1. Lali Cortés Says:

    La historia es silenciosa, pero la tragedia que envuelve al relato está escrita con tal dulzura que no se aprecia.
    El relato quedó precioso.
    Un beso.